Desde que anunciaron que las clases serían a distancia, mi cabeza se llenó de recuerdos y de anécdotas en el colegio. Durante 13 años fui a la misma escuela y sucedieron un sinfín de cosas divertidas y otras no tanto… Sobre todo para los maestros o para mis papás. 

Siempre fui una niña muy sociable e inquieta. No me imagino qué hubiera hecho mi madre conmigo durante todo un ciclo escolar en casa. 

Estoy segura que nunca me hubiera castigado viendo a la pared por pararme tantas veces al bote de la basura a sacarle punta a mis lápices, ni me hubiera puesto el pupitre contra la pared para que no pudiera pararme. Esto fue en kínder, del cual me sacaron, justo por eso. 

Probablemente, seguirían llamándome Jesica, mi segundo nombre, el cual no me gustaba… Creo que mis padres no lo sabían; tanto así, que salí del primer día de clases de Preprimaria con un sticker que decía: “Any”. Mi madre creyó que se lo había cambiado a otra niña. Pero no fue así. La Miss Olivia me había ayudado a encontrar el nombre con el que me sentí identificada y que hasta la fecha me llama la gente más cercana. 

Después de unos meses en la que era mi nueva escuela y empoderada con mi nuevo nombre, me topé con un par de niñas abusivas: una le robaba el lunch a Sandy, que es como mi hermana (supongo que sigue agradecida por haberla defendido con un zapato volador, cuando por enésima vez le quitaban el sándwich).  Y otra, que decidió pegarme y yo me defendí. En mi casa jamás me fomentaron la violencia, pero sí me enseñaron a no dejarme nunca.

Recuerdo con mucha claridad ese día: estábamos casi por salir de clases y una niña me jaló el pelo. Le regresé el jalón. Me arañó la cara y la mordí… La “catfight” versión bebés duró alrededor de 3 minutos, hasta que intervino la miss. Salí de la escuela arañada y desgreñada. Mi mamá me regañó durante todo el camino hasta casa de mis abuelos. Al llegar, mi abuela abrió la puerta y al verme toda desaliñada me preguntó: ¡¿Pero qué te paso?! Y yo solo atiné a decir: ¡Me peleé con una loca desgraciada!

En primero de primaria, una Miss no me dejó ir al baño. Creyó que solo quería ir al baño a jugar con el agua… cosa muy usual en esa época entre las niñas de mi salón. Pero ese día, si quería hacer pipí. Le supliqué que me dejara ir y me respondió: “si tienes tantas ganas, hazte aquí”. Me bajé de la tarima, caminé hacia el pasillo, me paré al lado del escritorio de Carla (que aún no sé porque después de eso es una de mis mejores amigas), me bajé los calzones, me puse en cuclillas e hice pipí. Aún recuerdo la cara de asco e impresión de Carla, que solo logró mover su mochila. 

Pero lo mejor fue la cara de la maestra sabiendo que tendría que hablarle a mi mamá para ofrecerle una disculpa por no haberme dejado ir al baño. Ahí gane inmunidad para ese permiso durante toda la primaria. 

En secundaria y prepa hicimos muchas travesuras… Aventamos cera al techo del salón y al día siguiente el piso era un asco. Por supuesto, tuvimos que limpiar, no sin antes jugar a la pista de patinaje.

En una feria “gourmet” de cocina mexicana, prácticamente todas llevamos algo con tequila: helado, dulces, gelatina y conseguimos emborrachar a más de una maestra.

Casi incendiamos un salón por cantar villancicos con velas. Soltamos un ratón. Hicimos huelga colectiva y hasta la más ñoña participó y no fuimos a clases en un feriado no oficial. Prendimos la alarma contra incendios para provocar un simulacro y salirnos de una clase en pleno examen. 

Nos cacharon fumando adentro de un baño y Ángeles, otra de mis amigas de toda la vida, optó por decir: ¡venimos a sacar copias! La cara del mozo fue de tal desconcierto que decidió no reportarlo con la dirección. 

Sin duda, fueron años llenos de aventuras increíbles. Espero que los niños, pronto, puedan volver a clases y divertirse tanto como yo, en complicidad de sus compañeros. Porque aunque en casa viven un momento histórico, nada como vivir historias de este tipo con amigos, que se vuelven hermanos.

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