Los desacuerdos son una constante en cada relación de pareja. Sin embargo, una de las mayores lecciones que he aprendido en mi relación con Alfredo, mi esposo, es a “desenojarnos rápido”.
Alf y yo llevamos 11 años de novios y 1 de casados, y aunque somos una pareja infinitamente feliz, también tenemos desacuerdos de vez en cuando (como todos). Sin embargo, gracias a la vida hemos aprendido a resolver los problemas tontos casi inmediatamente, ya que si nos vamos a arreglar de todos modos… ¿de qué nos sirve estar peleados mucho rato?
Aferrarse al enojo sólo sirve para destruir las relaciones, y aunque en esos momentos es difícil enfocarnos en otra cosa, debemos intentar calmarnos. Cada relación es diferente, pero creo que uno de los secretos del matrimonio –además de sentir verdadero amor y respeto por tu pareja–, es ponerle punto final al orgullo para poder comprender de dónde viene el enojo, buscar una solución rápida y continuar fomentando el amor.
Brian Weiss, un reconocido psiquiatra e hipnoterapeuta, en uno de sus libros “Los mensajes de los sabios” hace una pregunta que me parece un gran consejo para la vida: “¿Cuánto tardas en deshacerte de la rabia? ¿Cinco días, tres, uno, una hora? Si siempre te deshaces de ella pasados cinco días, ¿por qué no pasada una hora? Puedes conseguirlo”.
Uno de los capítulos de ese mismo libro cuenta la historia de un matrimonio a quienes ayudó a evitar este problema y me gustaría compartirles el pasaje:
“Hace algunos años traté a un matrimonio en una terapia de pareja. Eran personas inteligentes y perspicaces, y su relación iba bastante bien a grandes rasgos, pero los buenos ratos que pasaban juntos solían quedar interrumpidos por peleas de gran carga emocional que provocaban rabia y dolor. Se aferraban a la rabia durante días, y esto les producía un gran sufrimiento y una desagradable incomodidad. […] Una vez entraron en la consulta después de llevar peleados una semana. Tras 30 minutos, se resolvieron los problemas y la rabia quedó prácticamente disipada.
–En vuestras peleas, que siempre acaban por resolverse, ¿cuánto tardáis aproximadamente en hacer las paces? –les pregunté.
–Bueno, por lo general unos cinco o seis días –respondió él y ella asintió.
–¿Creéis que podríais conseguirlo en tres días? Así aún dispondríais de bastante tiempo para discutir, pasarlo mal y arreglar las cosas.
Los dos recapacitaron durante unos instantes y asintieron para indicar su aprobación. Sí, podían estar peleados tres días en lugar de cinco o seis.
–Si podéis hacerlo en tres días –proseguí–, ¿por qué no en uno? Seguro que conocéis bien todo el proceso de vuestras peleas, desde el origen hasta la reconciliación, y habéis aprendido todas las herramientas necesarias para resolver vuestras diferencias. ¿No podéis acelerar el proceso y hacerlo todo en un día?
Volvieron a considerar la propuesta y volvieron a aceptarla. Con un día tenían suficiente.
–Bueno –continué–, ¿y por qué no en seis horas? ¿No bastaría? Al fin y al cabo, si podéis reconciliaros en un día, ¿por qué no en seis horas? Pensad en cuánto dolor os ahorraríais.
[…] Seguí acortando sus peleas hasta que lo dejamos en una o dos horas. Desde entonces, ese proceso abreviado de pelea/rabia/resolución siempre les ha funcionado. Ahora, en lugar de sufrir cinco o seis días sólo tienen que pasarlo mal durante un rato.”
Al final siempre nos arreglaremos con quienes amamos. ¿Por qué aferrarnos al enojo y sufrir sin necesidad?
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