Hace unos días platicaba con unos amigos, sus dos hijas están estudiando fotografía, me platicaban los gustos y proyectos de cada una. Una de ellas prefiere foto tipo documental, momentos, situaciones y la otra montó un set y le gusta hacer retrato con mas producción; ambas están fascinadas por la fotografía análoga y de medio formato.

Me acordé mucho de mí y de mis compañeros en la escuela de fotografía, cada uno con sus gustos y ambiciones, todos ansiosos de tener una hasselblad en la manos, de salir a fotografiar todo lo que la maravillosa Ciudad de México nos ofrecía a principios de la década del 2000; otros intentando entrar en el mundo de la moda y otros cuantos más tipo ratas de laboratorio, experimentando en la computadora el incipiente comienzo de la fotografía digital. 

El punto aquí es que todos los que pretendemos ser fotógrafos en las múltiples modalidades que la disciplina nos ofrece tenemos un origen común: las ganas y pasión por crear imágenes, ya sean producidas, captadas, digitales, análogas o a través del medio que cada uno prefiera. 

La pasión que nos hace salir a la calle, cargar cámaras y equipo, convencer a amigos (si bien nos va al cliente también), gastar todos nuestros ahorros en cámaras y siempre desear la del colega de a lado.

Pasados algunos años puede ser que ya tengamos un nicho o una especialización dentro del mundo de la fotografía, un talento y mucha experiencia desarrollada, posiblemente eso nos coloque en una zona de confort y pensemos que ese es nuestro destino. No sé si esté mal o bien, pero muchos fotógrafos de carrera media (sí, los cuarentones), llevamos más de 20 años trabajando en lograr nuestra carrera, portafolio y clientes. 

Esa zona de confort la ganamos con muchas horas de trabajo, estudiando y especializándonos día a día, pero justo el COVID nos ha sacado de esa zona de confort. En mi caso, del maravilloso mundo de la fotografía de bodas. Tuve que regresar a tomar fotos de producto, arquitectura y gastronomía, ya que como muchos sabemos los eventos han sido una de las actividades más golpeadas por el Coronavirus y las restricciones de pandemia. 

El regresar a estudiar, desempolvar los cicloramas y salir a buscar nuevos clientes me hizo pensar en mi origen como fotógrafa, la plática sobre las hijas de mis amigos me recordó el entusiasmo con el que día a día aprendía o descubría algo nuevo dentro del mundo de la fotografía: el miedo a no saber qué hacer, ser valiente y salir a la calle con la cámara, la primera vez que me acerqué a la gente para pedirle permiso de tomarle una foto, la primera boda que fotografié…

La verdad daba por hecho que mi futuro estaba predestinado a seguir muchos años más trabajando en el mundo de la fotografía de bodas, para lo cual he luchado y trabajado por 12 años. Y con esto no me refiero a que los eventos o la fotografía de bodas vayan a desaparecer, solo que están cambiando y no serán como las bodas que hasta hace 6 meses conocíamos, el futuro es incierto.

Pero al destino hasta Zeus respeta y teme, y a nosotros simples mortales qué nos queda por esperar… en el confort que vivíamos se nos olvidó que el destino es algo que no tenemos manera de controlar, es más fuerte y todopoderoso. Lo único que podemos hacer es adaptarnos, estudiar y prepararnos para los nuevos caminos que el destino nos prepare, como fotógrafos y seres humanos. 

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