Alfredo y yo nos conocimos hace mucho tiempo. Cuando teníamos 15 años nos hicimos novios y crecimos juntos. Nuestra relación ha estado llena de buenos momentos y hemos pasado por tantas cosas que ya sabemos que podemos superar juntos el cáncer y una pandemia en cuarentena.
El 6 de abril celebramos nuestro primer aniversario y lo disfrutamos comiendo sushi, viendo películas y recordando nuestra luna de miel… wow, ¡qué diferencia hace un año!
Alf y yo somos muy afortunados. Estamos saludables y tenemos la suerte de que nuestras familias y amigos también. Tenemos trabajo y el comedor de la casa se convirtió en nuestra oficina. Somos co-workers, tomamos café en las mañanas y nos hemos coordinado bien cuando tenemos reuniones (llamadas) al mismo tiempo. La verdad es que siempre nos hemos llevado muy bien, y aún los pocos días que nos hemos enojado (no toquemos el tema de las enchiladas verdes…), seguimos pasándola bien.
Alf cada vez cocina mejor (es el chef de la casa) y a mí me toca lavar los platos. Entre los dos limpiamos y aunque a ninguno nos han dado ganas de hacer ejercicio, no hemos dejado de pedir pizza, sushi o tacos (una disculpa a mi nutrióloga). Las tardes se han convertido en nuestro momento favorito del día y como ya no podemos dormirnos antes de la 1:00 am, a veces nos sentimos en pijamada. Nos gusta cuidar las plantas y estamos regándolas más seguido… menos a las orquídeas porque una de esas se me ahogó y son mis flores favoritas. 🙁
Esta pandemia nos ha enseñado a todos que la vida puede cambiar en un instante, que ningún año es igual a otro, y que aunque un día podemos estar completamente sanos, de la noche a la mañana podemos enfermarnos y un virus pequeñito que “solo afecta a la población de riesgo”, nos puede llegar a matar.
No he sentido el dolor de perder a un ser querido por esta enfermedad, pero sé que el vacío que se queda es grande. Hace poco falleció Ana María, una amiga que conocí en Instagram y quien también luchó contra el tumor de Frantz, sentí la angustia de un amigo cercano que creyó tener COVID-19 y vi cómo muchas parejas tuvieron que posponer o cancelar las bodas que habían planeado con mucha ilusión y anticipación. Para muchísimas familias la situación no ha estado fácil, han tenido que enfrentarse a una nueva enfermedad, sufrido la pérdida de un familiar, se han quedado sin trabajo o arriesgado su salud porque tienen que salir a trabajar. Además, muchos otros enfermos han tenido que esperar pacientemente una cita con el médico o sus tratamientos.
La situación actual nos ha demostrado que nunca podremos controlar las circunstancias de la vida, pero siempre cómo reaccionamos a ellas. Que se vale sentirnos felices, tristes o confundidos, leer uno o muchos libros, hacer ejercicio, aprender recetas nuevas o simplemente desconectarnos y descansar. Tenemos la responsabilidad de adaptarnos y ayudarnos unos a otros.
A mí, como probablemente a ustedes también les pasa, ya me urge salir y volver a la normalidad. Quiero poder reunirme con amigos, ir a comidas familiares y hasta al gimnasio. Quiero abrazar a mis abuelos, salir a pasear y que el “home office” sea algo opcional, aunque lo elija siempre, pero no porque es a fuerzas.
El mundo está raro, asustado, roto. Nadie estaba preparado para una pandemia y el 2020 a todos nos tomó por sorpresa. Muchos dicen que “no todos estamos en el mismo barco”, pero sí en el mismo mar y por eso creo que, si podemos, apoyemos a los que nos rodean, a los trabajadores, a los emprendedores, a los que están ayudando a otros o a alguien que no conozcamos, para que poco a poco salgamos adelante en este momento histórico.
Quién sabe cómo será la “nueva normalidad” de la que todos hablan, pero espero que sea buena para todos, y mientras sobrevivimos esta experiencia… ¡no nos olvidemos de vivir!