Somos una marca difícil de entender: producimos eventos, bookeamos DJs, tenemos nuestra propia marca de ropa, desarrollamos aplicaciones de A.I, implementamos tecnología administrativa y hacemos branding.

Al paso de los años nos ha tocado trabajar con una infinidad de empresas y gente. Al llegar con nosotros, los clientes encuentran un workshop creativo, de personas que toman cuba en un Yeti, que fuman Juul y Iqos de menta, que van a las citas con pantalones rotos y tennis, pero usan camisa y reloj. Una oficina llena de cajas de amazon y personas discutiendo si poner reggaetón o house, likeando de manera compulsiva en Instagram y riéndose de un video en Tiktok. Escritorios con 3 pantallas, computadoras gamer que renderizan una película en tres minutos y celulares de última generación con la pantalla rota y heridas de guerra en el antro o la boda del fin. ¿Somos una startup?

Cuando empezamos nuestra primera marca (VB), hace diez años, alrededor del mundo y en México, el business landscape estaba lleno de startups y soñadores, ese movimiento de San Francisco y California que en México adoptamos quienes estudiábamos en la Ibero, la UP, el TEC, la Anáhuac, etc. Te saltabas la clase para ir a Big Yellow a las dos de la tarde, la gente estaba tomando perlas negras, pero en las mesas había Macbooks y Ipads con Keynote abierto y una lluvia de ideas de la siguiente aplicación que nos iba a hacer millonarios.  

La triste realidad es que la mayoría terminaron trabajando en un gran corporativo con un sueldo difícil de explicar o en la empresa de papá. Otros pocos emprendimos un negocio que igual nada tuvo que ver con el mundo de las apps y cero somos Steve Jobs. 

¿Qué fue lo que pasó? Bien, la realidad nos cayó de golpe. Ser un Mark Zuckerberg no resulto tan fácil como se pensaba. En ese entonces, todo se aprendía en el aula, no existían las escuelas boutique de diseño, los cursos en línea eran para geeks, los e-books eran ilegales, hacer una página web te costaba 120,000 pesos pero no funcionaba en Chrome (solo en Internet Explorer), y en Youtube no habían tutoriales y todo lo demás era el video de “Edgar Se Cae”.

Pero el problema principal era que la mayoría de los emprendedores de ese entonces no buscaban aportar al mundo, solo a la cartera. Las marcas que salimos adelante lo hicimos con negocios que, aunque dejan mucho dinero, tampoco facturan 1 billón de dólares al año, ni cotizan en Wall Street, mucho menos hacen que uno sea la portada de New York Times. 

¿Es una decepción? No, las cosas cambiaron.  

Los negocios que prosperaron no son los que buscaron la fama o una inversión millonaria, ese enfoque se había terminado antes de empezar. Por supuesto que el éxito te trae dinero y, probablemente, una que otra portada, entrevista y documental, pero quien solo se puso eso como meta, se perdió y terminó (o terminará tarde o temprano), atascado en el limbo.   

Si bien los unicornios de Sillicon Valley siguen siendo cotizados, hoy las marcas que tienen values, un statement y un discurso de principios, son las más valoradas. Ya no importa cuánto dinero produzcan. Incluso hay casos de empresas con números rojos, cotizadas en millones de dólares, más que nada, por su dialéctica ideológica. 

Las ideas y no los productos

El cambio de preferencia a marcas que te ofrecen un valor más allá del servicio que venden se dio repentinamente y muchos no se dieron cuenta. Hay que pensar en el caos de la situación política, en la importancia que ha cobrado el discurso ambiental, la lucha feminista, las demandas de igualdad racial y de clase, la disrupción tecnológica laboral y muchos otros factores para darse cuenta de que hoy, no basta con vender, también hay que definir una posición. 

Ese tiempo donde el mundo empresarial estaba ajeno al panorama que lo rodeaba se ha acabado, hoy es importante que las marcas que consumas tengan valores que puedan convivir con los tuyos.  

Ponte a pensar si comprarías un producto de ropa de diseñadores que promueven el maltrato animal, o si consumirías una bebida que extrae el agua de manantiales protegidos o si confiarías en una empresa que sabes que discrimina a las mujeres en sus oficinas. 

Los humanos, consumen ideas, no servicios. Y las marcas que no puedan aportar ideas, están destinadas a morir. Hay que fundamentar.  

F#ck Mainstream, esa dialéctica la llevamos profetizando al mundo desde hace algunos años. 

Nosotros no hacemos producción de eventos, no diseñamos ropa, no creamos apps, no armamos computadoras, no desarrollamos el branding para otras empresas, no bookeamos talento de DJs, lo que hacemos en realidad es acabar con el mainstream, porque no nos gusta. 

¿Qué es el mainstream? Lo injusto, lo indiferente, lo equis, lo arrogante, lo que no ve más allá, lo que se permite funcionar sin sentido, lo que engaña, lo que no tiene calidad y profesionalismo, lo que no aporta valor, lo que no tiene causa, lo que no defiende, lo que divide y lo que destruye. 

El mainstream es el peor mal del mundo y luchar con eso es lo que nos mueve. Podríamos vender piedras y, lo prometemos, serían las mejores piedras del mundo, porque estamos luchando contra las piedras “chafas”. No nos gustan. 

Saliendo de Big Yellow con 10 perlas negras en la sangre y las mejores ideas para crear la app que iba a competir con Facebook y hacernos millonarios, olvidábamos lo más importante: fundamentar. 

Hoy no tenemos billones de usuarios, no somos la marca más reconocida a nivel mundial y no tenemos miles de inversionistas, pero creamos algo mucho más valioso, algo que nos obliga a entregar un servicio de calidad artesanal, algo que ni con el cheque en blanco más grande del mundo venderíamos:nuestra propia identidad

Fundamentar o morir, siempre. Fuck Mainstream.