Conocer la vida de un fotógrafo, irónicamente, se convierte en esa magnífica tarea de abrir un álbum con cientos de recuerdos, anécdotas, momentos que transforman y nuevas aventuras que toman forma a cada paso. Es, además, la oportunidad ideal para imaginar los gestos, las luces y los encuadres que tomaban forma en esos segundos donde la vida se define y se conserva como una obra de arte. Así, justo así, podría definir la experiencia de conocer a Salvador Carmona, uno de los grandes artistas mexicanos detrás de la lente que se ha dado a la tarea de conjugar lo mejor de la estética y las historias de amor en tomas que sobrepasan cualquier forma de tiempo y espacio. Con tan solo un click, un mirar de vértices y líneas, este referente de la industria conserva en esos libros impresos la trayectoria de un estilo que se define y, sin miedos, se transforma.
El inicio de la historia y el arte de las bodas
Los inicios de Salvador Carmona se dieron un tanto lejos de la cámara, al menos de principio. “Estudié derecho en la Ibero, hice una maestría en la misma materia y a los 35 años me dije ‘¿qué estoy haciendo aquí? Esto no es lo que quiero hacer de mi vida, colgué el traje y cambié de profesión'”, dice. Después de algunos años de haber ejercido, este fotógrafo decidió que la felicidad sería su camino de vida y, con ello en mente y sin importarle cuánto pudiera ganar de su pasión, decidió hacer de las cámaras sus aliadas hasta el día de hoy. Quien sabe cómo dar pasos arriesgados, también domina el arte de sortear obstáculos, comentarios, críticas y todo lo que se presente. Salvador vio más allá de lo evidente y nunca dejó de lado el sueño de consagrarse como un gran exponente de la fotografía de bodas.
Dos años antes de abandonar su carrera, Salvador Carmona recibió ese regalo que le cambiaría la vida por completo: una cámara digital. El objetivo era claro y se basaba en mostrarle al mundo lo que él veía y, más importante, cómo lo veía. “Cada quien ve la vida diferente. Yo veo muchas sombras, luces, vértices, geometría… es algo que siempre estoy viendo”, dice. La luz y la sombra son partes intrínsecas de su esencia y, gracias a ellas, la traducción de una escena y la transformación de la misma se dan de forma orgánica. Nada se escapa a la visión de este fotógrafo, ni la luz más suave ni el claroscuro más evidente; todo, por el contrario, se convierte en un agente que suma belleza y unicidad a su trabajo. Con esa cámara, lo que inició como un “juego” se convirtió en una sorpresa para él y para quienes estaban a su alrededor. “Un día me fui de abogado a Tuxtla Gutiérrez y empecé a hacer fotos y me fascinó”.
En la extensión del arte fotográfico, esta mente creativa se vio envuelta, desde muy pronto, en los encantos de las bodas. “En mi estudio (de abogado) cada persona que entraba traía un problema, un conflicto, le debían dinero, se quería divorciar, etc. Nadie llegaba feliz o a darme un abrazo o a decirme que estaba en un momento increíble de su vida. Las bodas eran todo lo contrario: eran pura alegría”, dice. Todos aquellos conflictos que yacían en un escritorio de tintes legales, pronto se convirtieron en álbumes llenos de recuerdos, historias de amor, segundos que quedan plasmados para la eternidad. Todo cambió para siempre. Muy pronto, Salvador se vería encarando la experiencia de su primera boda, la autoría desde sus ojos, desde su punto de vista… desde su arte.
Así, con cámara en mano, Salvador Carmona encontró en la fotografía documental la base para explotar su talento y llevarlo a otro nivel. Con sus primeros pininos aprendió que “mantener una carrera de fotógrafo te requiere todo el día de estar en estudio, viendo a los clientes, haciendo diseños… todo el tiempo. No es un trabajo de fin de semana”, asegura. Con ello en mente, el experto siempre ha tenido claro que ni el dinero ni la fama fueron motores, ni en un principio ni ahora, para desarrollar recuerdos permanentes.
El autor detrás de la fotografía
Aristóteles decía que “el objetivo del arte es representar no la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior”. Ese fue justo el motor que acercó a Salvador Carmona a la fotografía documental de bodas; eso y su timidez. Lo que en un principio podría parecer una característica que no juega a favor del artista, este fotógrafo ha sabido usarla al máximo para convertirse en un agente que, aparentemente sin estar, está. El estilo se trata de contar una historia, de “ser un observador lo más objetivo que se pueda”. Todo cambia cuando llegan los retratos, donde la dirección y la construcción de un momento se convierten en las líneas de acción para dibujar memorias y crear recuerdos. Se trata, de acuerdo con el experto, de crear un diálogo y de incitar a los novios a comunicarse a través de esos días que marcaron el rumbo de su relación y ahí, en la reacción, todo lo que se conjuga en su mente encuentra su propósito y, con un click, se inmortaliza.
Como en toda forma de arte, la subjetividad mantiene su existencia, pero incluso a pesar de las decisiones que se tomen en pro de la obra, la fotografía de bodas documental mantiene la esencia de “enseñarle a la novia lo que tú viste de la boda, cómo lo viste y mostrarle el resultado desde tu perspectiva. Eso es lo interesante”, dice Salvador Carmona. Bajo el ojo del experto, el estandarte se mantiene como la visión pura y dura de lo que sucede alrededor del evento. Nada se modifica, nada toma “mejor forma”, simplemente se da cuenta de lo que pasa, sin ediciones, sin escenarios creados y sin direcciones de más. Quienes están existen y existen bien. Sin presiones. Sin tomas sugeridas ni acciones obligadas. Ahí, justo ahí, está el secreto del trabajo final del artista.
“Hago click con el corazón y luego con los dedos. Cuando me emociona algo es cuando tomo fotografías”
Por más definiciones que existan y conceptos en el aire, el estilo de un fotógrafo se desarrolla con base en el contexto en el que se encuentre inmerso. Salvador me cuenta que las bodas lo invitan a tener un espíritu alegre lo que, en su defecto, le hace estar en búsqueda de luz y de esos momentos ‘bonitos’. Sin embargo, las reglas no existen para quien se reinventa de forma constante y, en esa misma línea, él mismo me confiesa que su fotografía personal es más melancólica, “no hay alegría, no hay un cara a cara, nunca están viendo a la cámara”. Los retratos no solo se ensalzan con la inspiración de su esposa, su musa, sino también con esa visión en torno a la feminidad que habla más claro de su lenguaje y, otra vez, de su forma de ver la vida. Entre sombras, pies descalzos y escenas fantásticas, Salvador logra crear escenas de libros no escritos, de páginas en blanco que se llenan de color y matices perfectos.
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Alimentar la pasión y no dejarla morir
Para quien lleva más de 10 años siendo el autor de grandes historias de amor, la automatización podría asentarse como el pan de cada día. En el caso de Salvador Carmona se rompe el esquema, y es que además de conocer la técnica perfecta de luces, sombras y encuadres idóneos para elevar la visión estética de su trabajo, también hay una preparación detrás que lo lleva a mantener un nivel alto de vulnerabilidad. “Todo empieza desde el jueves. No como en la calle, no como mariscos ni nada que me pueda enfermar. Mis horarios empiezan a acoplarse a los que tendré en la boda, el viernes no salgo, me relajo y me preparo emocionalmente en un mood que me pone contento desde el inicio de ese día”, me cuenta. Con el firme pensamiento de que vive para esto y que se trata de una forma de vida, Salvador cuida hasta el más mínimo detalle para dar lo mejor de sí en cada boda. En el aspecto técnico, “si llego a dominar una técnica, me parece aburrida y predecible, entonces busco otra cosa. Voy por esas pequeñas cosas que tengan variaciones y por eso mi proceso de edición cambia cada dos o tres semanas”, dice. Las sorpresas en las bodas también han hecho su efecto para mantener una capacidad de asombro que se asienta en lo técnico y se eleva en lo estético. Todo juega a su favor para crear.
“Me inspiro en el arte clásico. Amo ver libros de pintura y trato de emular las técnicas de iluminación”
El alimento artístico siempre está presente, y al menos a la vista de Salvador Carmona, grandes exponentes como Caravaggio, Vermeer o incluso las míticas bailarinas de Degas se convierten en referentes visuales que lo retan en su ejercicio fotográfico. El proceso de inspiración se envuelve en obras perfectas y, además, se acompaña de música que, dependiendo el ánimo, puede tomar las notas de God is an Astronaut, Explosions in the Sky y otros tantos. A esto se le añade una mezcla de cine de arte francés y las claras irreverencias de Kubrick o el toque geométrico de Wes Anderson en cintas como Grand Hotel Budapest. Más allá de la historia, las imágenes cobran vida en los ojos de este fotógrafo como si se tratara de diálogos en busca de expresarse más allá del habla.
La experimentación y la sed de creación se han transformado en los alimentos básicos de Salvador Carmona, ese fotógrafo de bodas que no solo reparte clicks, sino que hace una conexión emocional profunda y entendida para regalar su visión. La libertad se mantiene como ese regalo que supera cualquier expectativa, esa motivación de fluir sin complicaciones, de apropiarse de la luz y sus matices y, por supuesto, de generar armonía en esos contrastes que se deben apreciar sí con el ojo, pero sobre todo con el corazón. Se trata de llevar el arte y hacerla trascender en una jornada, a través de una historia de amor, de dos que se hacen uno. Uno con los recuerdos. Uno con la fotografía. Uno con él. Uno con el autor. Uno con Salvador Carmona. Punto final.
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